En apenas un cruce de palabras, a Eduardo Sacheri le sacás la ficha. Es el tipo de barrio que no reniega de la fama y que la vive cómodo de lejos en un mundo totalmente opuesto, ubicado entre sus libros, el núcleo familiar y sus clases en colegios del Conurbano bonaerense como profesor de historia.
“La pregunta de sus ojos”, llevada al cine por Juan José Campanella como “El secreto de sus ojos”, fue la novela que lo promovió al lote de los escritores reconocidos. Sin embargo, este hincha de Independiente que ahora prefiere no opinar ni de política ni de la actualidad del “Rojo”, “porque todo lo que puede decir puede tener un mayor valor a lo que yo pienso”, nos confiesa: “escribo para sentirme mejor yo”. Este es, en parte, un extracto de quien soñó con ser un volante central con despliegue en el fútbol de primera pero que encontró consuelo en sus cuentos, guiones, novelas. En el Sacheri escritor.
-Mantenés un perfil bajo en una ambiente que a veces parece no permitirlo, ¿cómo hacés?
- Mirá, no sé si no lo permite. No lo estimula, a lo mejor. Aunque no sé si no lo estimula el propio medio o a lo mejor nuestra propia cultura en general. Es como una expectativa, una aspiración estar en el centro. A mí no me interesa eso. Me interesa estar en el centro de otras cosas, de mi propia vida, digamos. Ojo, hay una parte que te viene bien. Que tu rostro sea conocido favorece a que tus libros sean conocidos. O que eventualmente lleguen al cine. Me parece que sería una pose si yo digo que no quiero nada vinculado con la fama. No, esperá, porque tu familia también come un poco, aunque sea de rebote. Me parece, como todo en la vida, hay que ponerle un límite.
- ¿Te cambió en algo la fama?
- Cualquiera de nosotros está acostumbrado al anonimato. La parte buena del anonimato es que vos estás con vos mismo en cualquier lado. Capaz que cuando tenés un rostro medio conocido, estás en un café y hay alguien que se te queda mirando, pero conoce algo de vos, y te saca de ese lugar de anonimato.
- ¿Viste “Juego de tronos”?
- No la vi. Veo en las redes que están fulano, mengano y es chino básico para mí. Soy tan ignorante que me puse a leer una nota de cómo terminó y son un montón de nombres que no sé qué son y de qué juegan, ¿viste? Capaz que alguna vez la veo, pero me la perdí de entrada. No me enganché. Tal vez no es el universo que más me cautiva, entonces quizás requiere de otro tiempo.
- ¿Lo tuyo es haberlo vivido?
- El sentido de ponerte a escribir siempre tiene que ver con algo propio. Lo expresás, mezcladito y tergiversado con una ficción. En lo que yo escribo hay un montón de cosas que son absolutamente inventadas, pero hay algunos condimentos que sí tienen que ver, no necesariamente con mi historia, pero sí con mis sentimientos, con mis valores y temores. Escribo porque me hace bien, por esta cosa más personal.
- ¿Escribís para dormir?
- Bueno, yo creo que el arte en general nos sirve para encontrar ciertos equilibrios, aun a través de ciertos desequilibrios. Pero capaz que después esa experiencia te acomoda de otra manera, te equilibra de otra manera. ¿Podría vivir sin escribir? Sí, de hecho toda una parte de mi vida decidí no hacerlo. En realidad, no me puse a escribir pensando en escribir para vivir de esto. Ni se me pasó por la cabeza. Empecé a hacerlo y vi que me hacía bien. Después se convirtió en una profesión, pero de chiripa.
- ¿Cambiaste un juzgado por un videoclub?
- Trabajé varios años en un juzgado criminal de Capital. Cuando terminé la facultad me fui a buscar un trabajo que me pagara mejor y, de hecho, sí, me pagaban mejor. Lo que yo no me imaginé era lo que iba a pasar. Juzgados sigue habiendo, video clubes no, ja. Para mí fue todo un duelo dejar un trabajo que me resultaba interesante, creativo, estimulante. Años después invento una historia ambientada en Tribunales donde meto un montón de cosas de ese duelo. No lo hice para escribir una novela que después se transformó en una película (“El secreto de sus ojos”). Pasa todo eso y está buenísimo y me alegra mucho, pero eso no dependió de mí. A mí lo que me hizo bien fue escribir el libro. El libro que cerraba un poco la macana de dejar ese trabajo.
- Quién es tu primer corrector/ra?
- Sigue siendo un puñadito de mi gente, mis amigos de la facultad, mi mujer. Son los primeros que leen lo que hago.
- ¿Cómo se comportan los alumnos con el “profe” Sacheri?
- En el aula la fama te dura 10 minutos. Te ponés a hablar y muy rápidamente te convertís en el ‘profe’ de historia, para bien o mal. Aspiro que sea para bien. La realidad del aula es que tiene una cosa muy mágica. Cerrás la puerta y lo que creamos ahí adentro puede ser muy independiente de lo que pase afuera.
- ¿El profe reniega mucho con los errores de ortografía?
- La falta de ortografía me resulta un desconsuelo, realmente. Con un alumno a veces hasta resulta un tanto divertido, pero cuando se trata de un adulto, de un adulto que ha terminado su educación, ver una falta de ortografía me provoca un desequilibrio emocional.
- “Fracaso”, ¿qué sentís cuando mencionan esa palabra?
- Me parece que es una palabra fuerte, y en el fondo todos nos las pasamos fracasando. Todos. Es una palabra a la que no me niego siempre que la universalicemos. Y que sobre todo mitiguemos mucho este supuesto antónimo llamado ‘éxito’. Todos tenemos éxito en algunas cosas y nos la pasamos fracasando en casi todas. Me parece, de eso se trata vivir. El éxito tiene demasiada buena prensa y es una fábula.
- En el fútbol se usa mucho.
- En los últimos años se ha pauperizado tanto el discurso vinculado con el fútbol. O sea, poner a cuatro energúmenos en un estudio y hablar de fracaso con un termo en la cabeza parece ser un programa de debate futbolístico ahora.
- Es fácil pegar.
- Es fácil y da rating. Evidentemente, en algún lado nos gusta. Me parece que así como nos hemos embrutecidos, tenemos el desafío de desembrutecernos.
- El fútbol termina siendo un “todo” para los argentinos?
- Creo que es muy importante para nosotros y que utilizamos el fútbol para comprender otras esferas de la sociedad que son más complejas. Y eso no me parece mal. Es un juego y el ser humano al juego lo usa como símbolo de otra cosa. No es que somos una sociedad tolerante, dialogadora, paciente y cumplidora de la ley y cuando jugamos al fútbol no lo somos. El fútbol nos exhibe como individualistas, caóticos, intolerantes, pendencieros. Casi que nos gusta decir “miren estos locos”. La persona que es un monstruo en una cancha de fútbol, en su vida cotidiana no va a ser muy lejana a ese monstruo. Lo tapará como pueda, pero no es que se convierte. Yo creo que no nos convertimos en algo distinto en el mundo del fútbol, nos exhibimos sin mediaciones.